¡VOLVIMOS!
Visitenos en nuestra nueva dirección web
FENIX-news Desde 1992

EL PODER DE LOS MASONES

POR SERGIO OCAMPO MADRID

Una venda en los ojos, un lazo en el cuello, el hombro izquierdo por fuera de la camisa y el pie derecho apenas cubierto por una alpargata de fique.

El hombre camina inseguro y se adivina que está nervioso. Va custodiado por un grupo en atavíos de ceremonia, con gorros de fieltro como de turco viejo y delantales de faena, a la usanza del albañil medieval. Avanzan por esos sótanos donde el frío sobrecoge y no se escucha nada diferente al traqueteo de los zapatos de cuero. Es la hora del crepúsculo y ya campea la oscuridad.

Finalmente lo dejan en una suerte de mazmorra a la que debe entrar con la espalda muy arqueada pues la puerta de acceso tiene apenas un metro con veinte. Alguien la cierra. Él se retira el vendaje y en la penumbra se enfrenta a un espectáculo macabro. Las paredes están tapizadas con lápidas y losas mortuorias. Aquí y allá hay letreros intimidantes sobre la vanidad, la envidia, la ira… Cada pecado capital tiene su nicho. Y en el centro del recinto hay un ataúd que contiene una momia amortajada a medias y con una expresión dolorosa en la cara. El ambiente se llena de una bruma pesada y el frío se intensifica pues el viento ha empezado a soplar. En la pared derecha suena la madera de un sarcófago que se está saliendo de su bóveda.

Si tu alma siente pavor, no prosigas”, reza un cartel que se ubica justo encima del único asiento en este sitio desolador.

Unos 3.000 colombianos han vivido esta experiencia escalofriante y pasaron la prueba, con lo cual ingresaron en la orden masónica. El rito puede tener unos setecientos años, y por medio de su simbolismo se va de la oscuridad a la luz, se acepta humilde cuán efímera es la existencia humana y se entra a esa hermandad universal misteriosa, vilipendiada durante siglos, perseguida por reyes y príncipes, excomulgada 19 veces por los papas desde 1738 y prohibida por algunos gobiernos.

Y aún así, este grupo esotérico muestra en sus archivos una lista muy larga de miembros ilustres que poco parecen tener en común. Hay allí hombres de guerra como Napoleón y Churchill; pero también pacifistas plenos como Gandhi y Luther King; padres fundadores como Bolívar, Washington y Juárez; genios de la música universal como Mozart, Bach y Beethoven, o de las letras como Shakesperare y Göethe. También están Sigmund Freud, Walt Disney, Cantinflas, dos de los tres astronautas que fueron a la Luna por primera vez, y cuatro de los últimos cinco presidentes de Estados Unidos, incluido Obama.

Si hubiera que arriesgar una definición de la masonería habría que decir que es una organización mundial de carácter secreto, exclusivamente de hombres, en la búsqueda de un conocimiento superior, intelectual y metafísico, que se agrupa en logias con símbolos y ritos herméticos que los acercan a los arcanos de la antigüedad pagana. Tienen unos códigos de conducta sometidos a las leyes y a la institucionalidad de cada país donde funcionen, y se consideran hermanos en solidaridad y en el objetivo de avanzar hacia la perfección individual y social.

“Somos básicamente una fuerza moral –dice Cesáreo Rocha, masón grado 33, venerable maestro de la gran logia de Colombia de 1975 a 1979, y ex gobernador del Tolima–. Aplicamos como normas la tolerancia y la no aceptación de ningún dogma. La condición absoluta para ser masón es creer en algún Dios, llámelo como lo quiera llamar. Por eso uno de nuestros símbolos son las letras A.L.G.D.G.A.D.U. que significan A La Gloria Del Gran Arquitecto Del Universo. Una de las mentiras que se cuenta sobre nosotros es que somos ateos”.

En Colombia, el inicio de esta organización se ubica en la gesta de independencia con Bolívar y Santander a la cabeza. El siglo XIX y la primera mitad del XX fueron su edad dorada en lo referente a cercanía con el poder. Así, entre sus cuentas aparecen 42 presidentes desde José Miguel Pey hasta Alberto Lleras Camargo, incluidos Darío Echandía y Eduardo Santos. También, un hombre que estuvo cerca de serlo: Horacio Serpa. Jorge Eliécer Gaitán logró ser admitido pero fue asesinado un mes después, y a Carlos Lleras Restrepo también le dieron el visto bueno antes de llegar al poder, pero doña Cecilia de la Fuente, su esposa, se declaró en desacuerdo y el político prefirió declinar antes que tener líos familiares. César Gaviria nunca lo ha sido, pero su padre y su abuelo sí, e inclusive están enterrados de pie, como corresponde a los librepensadores.

Mientras que países como Chile o Argentina y la mayoría de latinoamericanos tienen una sola Gran Logia, en el país hay seis que agrupan a 76 logias. La más numerosa funciona en Bogotá, tiene alrededor de mil miembros registrados en ocho departamentos y se denomina Gran Logia de Colombia. Las demás están en Cali, Cartagena, Barranquilla, Bucaramanga y Cúcuta. Hubo una en Santa Marta pero fue declarada irregular hace cuatro años, y una en Montería que se dispersó. ¿Y Medellín?, ¿Por qué Medellín no cuenta con una gran logia, y los dos grupos que existen allí dependen de Bogotá?

“La masonería en Antioquia ha sido muy complicada por la estructura profundamente católica de la sociedad paisa y por el conservatismo”, responde Luis Eduardo Botero, masón grado 33, ex magistrado del Consejo Nacional Electoral hasta hace tres años y uno de los dos únicos antioqueños que en 87 años han sido venerables maestros de la Gran Logia de Colombia. El otro paisa en ese cargo, que es la cabeza máxima de la masonería, es el ex ministro y ex congresista Jorge Valencia Jaramillo, quien lo ocupa en la actualidad.

Exceptuando Antioquia, donde la hermandad tuvo serios problemas con la Iglesia Católica en la primera mitad del siglo XX, con amenazas de obispos y cruzadas en su contra que lograron casi desaparecerla y volverla clandestina, y sin contar algunos ataques duros de Laureano Gómez en los años cuarenta, la masonería colombiana no ha sido particularmente perseguida ni señalada. Los únicos casos de hostigamiento o algo similar en tiempos recientes se dieron con la expulsión hace cinco años de dos profesores de la Universidad La Gran Colombia, regida por José Galat, un conservador ultramontano. Los dos docentes eran masones de la Gran Logia de Colombia. Un año después, en ese mismo claustro fue nombrado como profesor Guillermo Montoya Ocampo, maestro masón, pero cuando las directivas se enteraron de eso no le permitieron posesionarse.

Pero si hay una universidad enemiga, también hay una profundamente amiga: la Universidad Libre tiene un fuerte acervo masónico desde su fundación en 1922 por iniciativa del general Benjamín Herrera, masón grado 33. “No puede decirse que la universidad sea de la orden, pero sí comparte la filosofía de librepensamiento y antidogmatismo que están en la esencia de la masonería”, admite el rector Nicolás Zuleta. De los 39 rectores que ha tenido el plantel en 87 años, 25 han sido masones, incluido Zuleta.

La cercanía de esta institución con la logia es tan estrecha que en el museo de la universidad, sede de La Candelaria, funciona una gran sala masónica a la que se accede cruzando unas columnas jónicas de piedra como las que debe tener todo templo de la hermandad. Allí pueden verse los monogramas primordiales del esoterismo masón: el A.L.G.D.G.A.D.U., y el S.F.U. (Salud, Fuerza y Unión). Con este último se saludan entre ellos en un protocolo gestual tan discreto que nadie nota, pero que se constituye en una clave para identificarse en cualquier lugar del mundo. También se aprecian los distintos ornamentos del ceremonial: el mandil (delantal de trabajo), el collar del grado 33, el fez (gorro cónico), la banda bordada en hilos de oro, el mallete (martillo) para abrir y finalizar las sesiones.

Si bien en Colombia, la organización ha disfrutado de una relativa tranquilidad a lo largo de un siglo, en el resto del planeta las cosas han sido a otro precio. Casi desde su nacimiento oficial en 1717 comenzó a construirse una leyenda negra que les atribuye poderes alquímicos y ocultos, vínculos con el satanismo, ritos que implican sacrificios de bebés e inclusive participación en un gran complot mundial para acabar con los sistemas religiosos y políticos y retornar al hombre a la naturaleza y a la razón.

En un barrido por Internet es posible hallar señalamientos que van desde la condena a muerte al rey Luis XVI de Francia por un tribunal masón, hasta la participación de astrólogos de la logia en la planeación de la caída de las torres gemelas, pasando por unos supuestos simbolismos masónicos en el crimen contra John F. Kennedy, el asesinato del archiduque Francisco Fernando que detonó la primera guerra mundial, y la teoría de que Jack el destripador era un masón enloquecido al servicio de la reina Victoria.
En la década de los años ochenta, Italia fue sacudida con el escándalo de la quiebra del Banco Ambrosiano, propiedad del Vaticano, y el asesinato de Roberto Calvi, su presidente. Y detrás de los crímenes estaba un grupo siniestro denominado P2, de la masonería irregular. Hace 15 años fue asesinado Jesús Posadas Ocampo, cardenal de Guadalajara, y Carlos Salinas, mandatario de México, acusó a los masones de ser los responsables.

“Eso ocurre por dos cosas –explica Julio Roberto Galindo, masón grado 32 y miembro de la Academia Colombiana de Historia–. Por un lado, el hermetismo y el uso de símbolos ayudan a alimentar fábulas. Por el otro, la presencia numerosa de masones (como individuos más que como logias) en episodios importantes, a veces actuando contra tiranías, despotismos, regímenes opresivos, nos ha ganado muchos enemigos. Hasta Bolívar, que era masón, nos proscribió al descubrir que en la conspiración septembrina había trece masones”.

El contradictor número uno de la hermandad ha sido el catolicismo. Luego del Concilio Vaticano II y debido a las posturas liberales de los papas Juan XXIII y Paulo VI, en los años sesenta y setenta, se pensó que el Vaticano había levantado la excomunión de casi tres siglos. Sin embargo, un documento del 26 de noviembre de 1983, firmado por el cardenal Jozeph Ratzinger (futuro Benedicto XVI) cuando era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, confirmó que “los fieles que pertenezcan a asociaciones masónicas se hallan en estado de pecado grave y no pueden acercarse a la santa comunión”.

La masonería, por su lado, no considera incompatible ser católico y masón. El ex magistrado Botero, por ejemplo, acepta que es bautizado y en ocasiones va a la iglesia. “No comulgo, pero por respeto al catolicismo que cree que no debo hacerlo”, afirma él.

Inclusive, en los registros de la Gran Logia de Colombia aparecen inscritos dos sacerdotes católicos en ejercicio que son masones activos y cotizantes. “Es seguro que si sus obispos se enteran van a tener problemas”, asegura un miembro que pide reserva de su nombre.

La sede de la Gran Logia de Colombia es una enorme casa de los años veinte ubicada en la calle 18 con carrera quinta, que perteneció al fundador de Bavaria, Leo Kopp (masón 33), y donde vivió unos años el ex presidente Alfonso López Pumarejo. Contiguo hay un viejo edificio blanco donde funcionan ocho templos, en cuatro plantas. El principal es imponente, con su piso de parqué ajedrezado, las banderas de las 46 logias integrantes, un atril de madera con una Biblia en el centro y sobre ella una escuadra y un compás, símbolos fundamentales de la organización. Al fondo, una especie de sitial de honor sobre un dosel (como un trono) donde preside el venerable gran maestro. Arriba de su cabeza, un escudo con un ojo enmarcado en un triángulo perfecto, el antiquísimo signo esotérico de la divinidad que todo lo ve, símbolo presente también en el billete de un dólar.

La forma en que están organizados los masones mundialmente es una intrincada red de jerarquías en las que se va ascendiendo a través de dos grandes etapas. La primera se llama simbolismo y está compuesta por tres grados: aprendiz, compañero y maestro. El grueso de la hermandad se queda en este trayecto que es la masonería básica, aunque el título de maestro es la gran aspiración de todo iniciado. Inclusive el ritual para llegar a este nivel puede ser aún más espeluznante que el de la primera iniciación, ya que el hermano debe yacer un rato en un féretro y salir de él como hombre nuevo, como alguien que murió a lo que era.

Luego del simbolismo viene una segunda fase que se denomina ‘Escocismo’ pues proviene del llamado Rito Escocés Antiguo y Aceptado. Esta va del grado cuarto hasta el 33, que es el máximo. El ascenso se produce con el paso de los años por medio de un complejo sistema de méritos que se obtienen básicamente por estudios y trabajos presentados ante el grupo y por la constancia de permanecer en la logia y asistir sagradamente a las reuniones. Es un camino de conocimiento y de inmersión profunda en los misterios de la orden, que casi nunca dura menos de veinte años.

En los templos hay actividad todos los días con las reuniones semanales de las distintas logias que operan en la ciudad. Para poder conformar una de estas se requiere que mínimo existan siete masones de grado tres. Los miembros restantes pueden ser hasta 50 personas de grados uno y dos. Algunos de los nombres de esas logias son Cosmos 50, Murillo Toro, Estrella del Tequendama, Amistad, Forjadores de Igualdad, Tomás Cipriano Mosquera, Pitágoras 28, Hermética 25, Juan el Bautista, Caballeros Hermes Trimegisto, Filantropía Bogotana. Hasta comienzos de 2000 hubo una integrada solo por extranjeros que se llamaba Welcome Lodge.

¿Qué se hace en esos encuentros? “Se analizan problemas nacionales e internacionales, se discute, se presentan trabajos de investigación y ensayos. Lo único que está excluido es tratar de política proselitista o de convicciones religiosas”, asegura Cesáreo Rocha. El rigor del protocolo en estas reuniones es draconiano, al punto de que un aprendiz no puede hablar si no se le permite y no puede pedir la palabra directamente si no a través de intermediarios. Nadie puede ausentarse ni siquiera al baño sin autorización del maestro. El silencio es norma extrema.

Aunque en Colombia hay 90 masones grado 33, por estatutos sólo pueden existir 33 con carácter activo. Ellos conforman el Supremo Consejo Colombiano del Grado 33. Los demás que ostentan el mismo nivel se denominan honorarios y están a la espera de que alguna de las 33 sillas quede vacía para adquirir el derecho de pertenecer al Consejo. La sede del Escocismo queda en el barrio La Soledad, en la calle 39 con carrera 21. Su presidente es Hugo Melo quien recibe el título de Soberano Gran Comendador. Si bien cada logia es autónoma y nadie se puede inmiscuir en sus asuntos internos, sí existe una forma indirecta de autoridad y sujeción. Cada logia debe estar adscrita a una gran logia y esta debe estar reconocida por la Gran Logia de Inglaterra, la madre de toda la masonería básica. Si no es reconocida se considera irregular, o sea por fuera de la orden. El escocismo, por su parte, tiene una casa madre en Washington, donde opera el Supremo Consejo Sur de Estados Unidos.

El 24 de junio de cada año hay elecciones masónicas para elegir al maestro de cada logia y al gran maestro de cada gran logia. Como buenos colombianos, a menudo son muchos los que quieren mandar y esto ha generado refriegas importantes y tensiones en las hermandades. Algunas, inclusive, han terminado en rupturas.

La más conocida en los últimos tiempos fue la que ocurrió en Barranquilla hace tres años. Allí, David Name, miembro del cuestionado clan político, se presentó a elecciones para repetir como gran maestro y fue derrotado. No aceptó la decisión y optó por montar su propio grupo luego de arrastrar a varios integrantes de la Gran Logia Nacional de Colombia (no confundir con la Gran Logia de Colombia, que es la de Bogotá).

Después de un proceso breve, él y sus seguidores fueron declarados irregulares, pero Name consiguió el reconocimiento del Gran Oriente Francés, que es una logia masónica universal de otro rito y considerada espuria por la de Inglaterra. La discrepancia no se detuvo ahí. A finales de 2007, la comunidad del barrio Villa Santos en Barranquilla se opuso a la construcción de una sede masónica en un terreno que hasta entonces era un parque. El alcalde anterior, Guillermo Hoenigsberg (hoy en la cárcel), a través de sospechosos movimientos legales, logró cambiarle el uso a esa zona verde para volverla urbanizable y cederla a la cofradía de Name.

Frente a eso, Ramiro Arteta, gran maestro de la gran logia, tuvo que romper su silencio para aclarar por comunicado que la agrupación metida en el lío del parque no es de la masonería regular. En un párrafo dice textual: (nuestra logia) “no participa en procedimientos que eventualmente vayan en contra del ordenamiento legal de nuestra República o en contra de los intereses de la comunidad”. Aunque no lo mencionó, obviamente se refería a la hermandad de Name.

Con todo, el cisma más profundo de la masonería colombiana se produjo en Bogotá en 1983, también por razones electorales internas. En este caso el enfrentamiento fue de alto nivel porque se dividió el Supremo Consejo del Grado 33 que terminó enfrentado con la Gran Logia de Colombia. La fractura empezó a contagiar varios sitios del país y se organizaron logias irregulares en el Eje Cafetero y en Barranquilla coordinadas por los masones grado 33 que terminaron expulsados.

“Como la ruptura era entre los escocistas hubo que apelar a Washington –cuenta Gustavo Medina, grado 33–. Un total de 217 masones colombianos viajó a Panamá citado por el Supremo Consejo Sur de EE.UU. Allí se reunieron en plena zona del canal, todavía en manos norteamericanas. Todos tuvimos que renunciar previamente a los grados que teníamos y allí de nuevo nos los asignaron”.

Sin embargo, ninguno obtuvo el grado 33 que se perdió por los perjuicios de la pelea. En junio, se protocolizó en Washington el fin del cisma y la mayoría de los grados 33 obtuvo nuevamente su antigua jerarquía. Hubo otra vez reconocimiento de regularidad para el escocismo colombiano.

Otro proceso que significó un fuerte remezón para la orden se produjo en la década de los noventa y tuvo como protagonista el famoso proceso 8.000. Por estatutos, todo masón que se vea involucrado en procesos judiciales y llegue hasta la etapa de juzgamiento debe ser separado del grupo. Con el 8.000 terminaron saliendo de la masonería Fernando Botero Zea, Eduardo Mestre, David Turbay y Alberto Santofimio. Poco después y por otras razones que incluyeron condena por estafa, Carlos Alonso Lucio también fue separado de la logia.

El caso Santofimio ha sido complejo por las consecuencias negativas que ha debido soportar la masonería. En noviembre del año pasado, por ejemplo, cuando el político tolimense fue absuelto por el asesinato de Luis Carlos Galán, una columna del periodista Héctor Rincón dejó sugerido que tras la libertad de Santofimio estaba la logia, en particular el magistrado del Consejo de la Judicatura Hernando Torres Corredor, a quien señalaba de masón.

“Eso no lo hacemos nosotros. En el mundo profano cada quien responde por sus culpas –asegura el ingeniero Córdoba, actual secretario de la Gran Logia de Colombia e hijo de un tataranieto de José María Córdoba, héroe de Ayacucho–. Además, para ese momento Santofimio ya no hacía parte de la masonería, y en nuestros registros no aparece el señor Hernando Torres”.

El actual vicepresidente, Francisco Santos Calderón, manifestó su profundo interés en ingresar a la hermandad. Lo hizo hace unos meses durante el descubrimiento de un busto de su tío bisabuelo, Eduardo Santos, en la casa de la Gran Logia de Colombia. La masonería se mostró complacida de recibirlo y es probable que la entrada se verifique en las postrimerías de este Gobierno. Ahora hay miembros activos como Carlos Restrepo Piedrahíta, uno de los juristas más importantes del siglo XX en Colombia y el abogado Antonio José Cancino, famoso por haber defendido a Ernesto Samper en el proceso 8.000, el general Luis Ernesto Gillibert y general Édgar Peña, ambos ex comandantes de la Policía, el general Camilo Zúñiga, ex comandante de las Fuerzas Militares. El único general activo en la masonería es Freddy Padilla de León, pero hace parte de la masonería irregular, o sea de la disidencia formada por David Name en Barranquilla.

A punto de agotar la primera década del siglo XXI, y ya sin la clandestinidad ni el riesgo de terminar en la pira, los masones siguen dando de qué hablar, de qué especular, de qué imaginar. Eso les mantiene un rescoldo de magia en un mundo que se quedó sin misterios.


Fuente: Revista DON JUAN
Foto: SEBASTIÁN JARAMILLO

COMICs